Convivir no sólo es estar en el mismo sitio y el mismo momento que otras personas. Convivencia implica vivir con las y los otros, compartir un espacio y tiempo que construimos y transformamos juntos. Vivir con otros, requiere de visibilizar a quienes me rodean, reconocerles como personas y como seres humanos que piensan, viven y sienten de formas diferentes. Es entonces que cuando damos un brinco al complejo mundo de las interacciones sociales necesitamos aprender a convivir. Nadie nace sabiendo dialogar, negociar, cooperar, resolver conflictos de forma no violenta; todas y todos aprendemos de lo que observamos, de lo que escuchamos y de las experiencias que estas primeras interacciones nos van dejando. Entonces aprendemos a convivir justo en esos momentos de encuentro con las y los otros, es el momento perfecto para aprender.
Actualmente vivimos rodeados de violencia, la observamos, la escuchamos, la juzgamos, la hemos naturalizado tanto que nos empieza a parecer una cuestión “normal de la edad” un “juego de niños”; sin embargo las consecuencias que se viven no son un juego, no sólo para quien recibe maltrato, también para quienes lo ejercen y para quienes lo observan. Por ejemplo, se puede tomar un rol dentro de la escuela, pero probablemente se viva otro distinto en casa o en la comunidad; por lo que más que una etiqueta de “niño problema” o de “la gritona”, las niñas, niños y jóvenes necesitan ser mirados, escuchados, apoyados.
Es importante poder reconocer que el maltrato, no sólo tiene que ver con daño físico: golpes, patadas, empujones; cualquier tipo de daño intencional a mi persona, a mis pertenencias o a mis emociones es maltrato. Hay formas de maltrato muy sutiles que parecen imperceptibles, por ejemplo, la exclusión, la indiferencia y el aislamiento, pero son acciones que no debemos dejar de lado, no se trata de ser amigas y amigos de todo el mundo, pero sí de aprender a cooperar, a vivir juntos. Aprendemos la convivencia o la violencia, pero así como la aprendemos también podemos desaprenderla, es una ardua labor, pero no imposible.
En ocasiones, solemos pensar que castigos como no permitir que mi hijo o hija conviva con otros podría funcionar para que aprenda a respetar a los demás, pero siguiendo la idea de que aprendemos interactuando, lo más lógico sería pensar que para aprender a respetar, tendría que estar y compartir con las y los otros. Como alternativa a estos castigos podemos pedirle a nuestra hija o hijo que repare el daño ocasionado y que realice de nuevo la acción, pero esta vez a través de un buen trato o que piense cómo podría solucionar lo que sucedió, eso es darle oportunidad de aprender a resolver conflictos, de escuchar y considerar lo que necesita, eso es ayudarle a aprender a convivir.
Desaprender la violencia es una tarea conjunta y responsabilidad de todas y todos, por lo que debemos empezar por mirarnos a nosotras y a nosotros mismos, lo que hacemos y cómo lo hacemos, incluir el buen trato en tu vida cotidiana es un primer gran paso para la construcción de una cultura de paz.
El hecho de ser madres y padres de familia no implica que tengamos que saberlo todo, en ocasiones es necesario e indispensable solicitar apoyo de especialistas, esa es una forma de mostrarles afecto, interés y atención a tus hijas e hijos; si lo necesitas, búscalo.