La fraternidad es la que nos ayuda a relacionarnos con las personas, la cual nos ayuda a desarrollar sentimientos, afecto y cariño por las personas con las que convivimos, a  tratar a los demás como hermanos.  Por este valor era reconocido San Francisco, pues promulgaba el amor por todos y todo.”

 

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Fraternidad significa estar y encontrarse mutuamente con sencillez, más que hacer un listado de normas a cumplir. Se trata de un estilo y modo de ser y de relacionarse, de sospechar que el hermano es un ser vivo, dotado de inmensa posibilidades, pero que solo podrán desplegarse con la ayuda y complicidad del hermano, del amigo. Hoy, en esta sociedad tan vertiginosamente veloz, de la era del tren de alta velocidad y de las autopistas informáticas y de las otras, correremos el riesgo de pasar velozmente junto al hermano como quien pasa ante una flor o ante un cuadro sin fijarse, distraídamente, sin centrarse en ello. Es preciso pararse ante el hermano, mirarlo de frente, aprender a estar con él, encontrarlo allí donde él anda, a veces en sus sótanos obscuros y rescatarlo, otras en su cielo redescubierto y compartirlo. Pero encontrarlo en su momento y verdad.

Sin el encuentro cuidadoso y si una relación cálida, el ser humano languidece y muere. El cuidado de la relación, el saber encontrar al otro donde está y es, posibilita y facilita el camino por la vida, que a veces se vuelve pesada.

Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor.

 

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